Gestión emocional en el trabajo

Gestión emocional en el trabajo

Capital humano, Coaching, Psicología, Salud laboral

Hace tiempo descubrí en la red un video en el que un hombre humilde entraba en un apretado vagón de metro a primera hora de la mañana, y sin razón aparente ni mediar palabra con nadie, iba rompiendo aquel silencio sepulcral pasando poco a poco de una leve sonrisa a la risa entrecortada, y de ésta a la carcajada más descontrolada. Al principio, algunos viajantes mostraban extrañeza, otros seguían indiferentes mirando a la ventana, o leían, o seguían durmiendo. Pero la risotada no tardó en apropiarse de aquellas almas viajeras, hasta convertirse en un bullicioso jolgorio colectivo. Esta historia forma parte de un experimento social sobre el contagio emocional o la influencia de las emociones en los grupos. Puedes verlo aquí

Las emociones son inherentes al ser humano, nos acompañan desde las cavernas. Gracias a las emociones afrontamos la supervivencia de la especie. En general, una emoción es la respuesta automática transitoria del ser humano ante los cambios que se producen en su entorno, y que predispone a la acción para adaptarse a ellos. Podemos identificar las siguientes emociones básicas: alegría, tristeza, miedo, rabia, asco y sorpresa. Por otra parte, el sentimiento comporta un estado emocional procesado (o racionalizado) más estable o duradero, con sus distintas manifestaciones socioculturales: amor, odio, confianza, culpa, vergüenza, envidia y celos.

El liderazgo es, pues, el arte de manejar las emociones de los colaboradores.

Si el ser humano es en esencia emocional, también lo serán los grupos formados por seres humanos. Y entre ellos, las organizaciones empresariales. Así es, una organización empresarial está formada por emociones colectivas; todas ellas habitan en las empresas, todas ellas son necesarias (de hecho, no hablamos de emociones negativas o positivas, sino de emociones agradables o desagradables, funcionales o disfuncionales), pues todas ellas predicen su evolución. Por tanto, una adecuada gestión de las emociones en las organizaciones se convierte en el reto de los líderes o directivos. El liderazgo es, pues, el arte de manejar las emociones de los colaboradores.

Daniel Goleman bautizó con el concepto de inteligencia emocional a la habilidad para tomar conciencia de las propias emociones y las de los demás, así como la capacidad para regularlas con vistas a mejorar la convivencia entre los individuos. El proceso de gestión emocional inteligente conlleva una serie de fases:

1. Identificarlas: Supone entender su sintomatología fisiológica y física, la manifestación corporal y respuesta comportamental de cada emoción. Por ejemplo, en el miedo aparecen frecuentes dolores de cabeza, tensión y dolor en los músculos (cuello, espalda, lumbares), molestias en el pecho, fatiga frecuente, elevada temperatura corporal (manifestada como una fiebre), desórdenes estomacales (indigestión, diarrea, úlceras), insomnio y pesadillas, sequedad en la boca y garganta... Y a veces, todo ello se traduce en permanentes estados de alerta e irritabilidad que pueden derivarse en conflictos personales, absentismo, errores o incumplimientos, bajos rendimientos, rotación, accidentes, incapacidad de tomar decisiones, procrastinación o deficiente gestión del tiempo, etc. En definitiva, conductas de escape o evitación de la amenaza real o percibida.

2. Comprenderlas: Comporta conocer las causas que las provocan y las consecuencias de nuestras acciones. Según el psicólogo Marshall Rosenberg, las emociones esconden necesidades humanas básicas: seguridad en el miedo, afecto en la tristeza, respeto en la rabia, conocimiento en la sorpresa, preserva de la salud en el asco, afiliación en la alegría.

3. Expresarlas: Consiste en dar espacio y tiempo suficiente para informar al entorno de lo que estamos sintiendo, con vistas a recuperar el equilibrio deseado (por ejemplo, la expresión de la tristeza a través del llanto y otras formas nos permite pedir ayuda, la expresión de la rabia reclama un trato justo y respeto de nuestros límites o valores, etc.). La empresa, a través de su sistema de gestión, debe disponer de canales o foros de debate para que las emociones puedan expresarse en lugar de reprimirse, castigarse o prohibirse, pues solo promoviendo el conflicto ideológico podrán implementarse las medidas preventivas y correctoras oportunas: clarificar roles ante la rabia, facilitar entrenamiento ante el miedo, dar reconocimiento ante la tristeza, etc.

4. Regularlas: Conlleva abrirse a la aceptación de las emociones, moderarlas para que las acciones sean coherentes con la situación que las provoca, en definitiva, hacer un uso funcional de las mismas: transformar la parálisis del miedo en coraje y decisión, el obstáculo de la rabia en reto y negociación, la pasividad de la tristeza en proactividad y confianza, la idealización de la alegría en trabajo en equipo y colaboración, el impulso de la curiosidad en creatividad e innovación.

Cito un extracto del artículo de Luís Huete titulado “Liderazgo de equipos”:

“Un equipo es un estado de ánimo. La efectividad se dispara si un equipo se siente seguro, se divierte, se siente valorado y unido alrededor de un proyecto. Es así, el rendimiento de las personas está influenciado por la manera en que se siente. Todos sentimos y en función de como sentimos, actuamos de una manera más o menos brillante.

Por eso hay que gestionar el estado anímico personal y el de los profesionales que forman parte de la empresa. Hay que transmitir el sentimiento de seguridad, el gusto por el reto, un sentimiento de valía y de importancia de lo que se está haciendo, un sentimiento de ser equipo, y de pasión por el desarrollo personal y por la mejora del servicio.

Cada uno tiene su estilo pero qué bueno es ver a los líderes delante de su gente: llegándoles al corazón y a la cabeza, haciendo que sientan el proyecto, trasmitiéndoles energía positiva, creando complicidades que sólo el roce es capaz de generar. Los profesionales son especialmente sensibles a participar en la toma de decisiones y a sentirse escuchados.

Por eso la cercanía de los líderes a sus equipos es un plus. Los estados de ánimo condicionan el rendimiento y se contagian. Un líder tóxico genera toxicidad, y viceversa. Y es que no hay activo sin pasivo. Los vínculos que generan el afecto y la admiración son mayores que los que generan el miedo y la inseguridad”.

Cada vez son más las empresas que apuestan por políticas dirigidas a reducir las consecuencias negativas del trabajo emocional y fomentar las positivas, favoreciendo la promoción de la salud integral y la calidad de vida laboral de los trabajadores. Cada día es más común entrenar a los líderes y empleados en habilidades de comunicación y gestión emocional. Ya no es extraño habilitar espacios en el trabajo para el ocio, el descanso y la salud (gimnasio, sala de juegos, etc.), donde la figura del fisioterapeuta y el psicólogo empiezan a cobrar un importante papel. ¡Mens sana in corpore sano! Por algo será…

Y para acabar, mensaje para navegantes: los líderes empresariales actúan como aquel hombre del vagón de metro, pues los directivos son el espejo en que se miran los colaboradores. ¿Qué emoción quieres contagiar a tus colaboradores? ¿Miedo o sorpresa? ¿Tristeza o alegría?

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